Los orígenes de Girard Perregaux se remontan a Ginebra, en 1791, cuando Jean François Bautte, que había comenzado a trabajar a la edad de 12 años en el mundo de la relojería, fabricó con tan sólo 19 años dos preciosos relojes que decidieron a su jefe Jacques Dauphin a hacerle socio del negocio. En 1830 la firma empleaba a 300 trabajadores, y sus pro­ductos —maquinarias, cajas, esferas y relojes de pulsera con pedrería— eran conocidos y admirados en todo el mundo. En 1897, la firma recibió un encargo de la Armada alemana de 2.000 relojes de pulsera —los primeros que se fabricaban en serie—, que tuvieron un gran éxito, aunque cuando trataron de exportarse a los Estados Unidos no fueron tan bien recibidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, la firma, conocida por sus actividades de investigación, patenté el “Gyro­matic” (1957), un mecanismo que permitía realizar maquinarias muy planas, y con una frecuencia cada vez más alta —de hasta 36.000 vph—. Girard Perregaux fue una de las primeras casas que dio el paso hacia los modelos electrónicos, fabricando en 1969 sus propios mecanismos y lanzando en 1970 su primer reloj con tecnología de cuarzo. Sin embargo, el corazón de la compañia siempre ha estado en la creación de complicadas piezas maestras con mecanismos mecánicos, como el tourbillon con tres puentes de oro realizado en 1982. En la fabricación de cada reloj se invertían unos ocho meses; la edición limitada de veinte relojes fue finalmente completada en 1990, y al año siguiente la firma decidió crear una versión para reloj de pulsera. Esta serie limi­tada es ahora una pieza de coleccionista, y la línea más representativa es un tributo a la marca de coches de carreras Ferrari. Lanzada en 1993, la Coleccion comenzó con un cronó­grafo de oro de 18 quilates montado en una correa. Los modelos posteriores incluían, entre otros, un cronógrafo de acero inoxidable con manecilla de puesta a cero y fecha.